Catedral de Leon (España)
Ubicación León, España
Culto Iglesia católica
Diócesis León
Orden Clero secular
Construcción 1205-1301
Estilo arquitectónico Gótico
Historia
Originariamente, bajo la actual ubicación de la catedral, la Legio VII Gemina había construido termas y otros edificios públicos. Recientemente se han descubierto algunos de estos restos romanos, junto a la fachada sur. Con la reconquista cristiana, son convertidos en palacio real. En el año 916 el rey Ordoño II, que hacía pocos meses había ocupado el trono de León, venció a los árabes en la batalla de San Esteban de Gormaz. Como señal de agradecimiento a Dios por la victoria, cedió su palacio para construir la catedral. Bajo el episcopado de Fruminio II, es transformado el edificio en lugar sagrado.
Acoge los restos del rey Ordoño II, fallecido en Zamora el año 924. El templo estaba custodiado y regido por monjes de la orden de San Benito, y es muy probable que su estructura fuera muy similar a la de tantos otros existentes durante la mozarabía leonesa.
Nos hablan las crónicas del paso de Almanzor por estas tierras a finales del siglo X, devastando la ciudad y destruyendo sus templos. No obstante, parece que los daños ocasionados a la fábrica de la catedral debieron de ser inmediatamente reparados, ya que el año 999 era coronado en ella, en un acontecimiento lleno de esplendor, el rey Alfonso V. Tras una sucesión de revueltas políticas y de duras empresas bélicas, hacia el 1067 el estado de la Catedral era de suma pobreza. Ello conmovería al rey Fernando I de León, quien, después de trasladar los restos de San Isidoro a León, «se volcó en favores a la misma». Con este rey se inició una época pacífica, cosechando grandes triunfos en la expansión del reino cristiano. Era el momento del florecimiento del románico isidoriano.
Con la ayuda de la princesa doña Urraca, hermana del rey, se inicia la construcción de una segunda catedral, acorde con las aspiraciones de la cristiandad románica, y dentro de su estilo arquitectónico. Ocupaba la sede episcopal Pelayo II. Aunque inicialmente románica, su estilo era fundamentalmente gótico, construida en ladrillo y mampostería, con tres naves rematadas en ábsides semicirculares, dedicado el central a santa María, como en la iglesia anterior. Aunque toda ella estuviese ejecutada dentro de las corrientes internacionales, contemplando lo que ha pervivido de su estatutaria, podemos averiguar que tenía su carácter autóctono, utilizándose aún el arco de herradura, al menos como forma decorativa. Fue consagrada el 10 de noviembre de 1073. Es de suponer que en ella trabajasen los mismos canteros que estaban construyendo la Basílica de San Isidoro de León.
Esta catedral se mantuvo en pie hasta finales del siglo siguiente. Cuando accede al trono el último rey de León, Alfonso IX, se asiste en la ciudad y en el reino a un importante cambio social, de creatividad artística y desarrollo cultural.
La construcción de la tercera catedral se inicia hacia 1205 y su estructura fundamental se finaliza en 1301, aunque la torre sur no se termina de construir hasta el siglo XV. Gran parte del solar se asienta sobre restos romanos, hipocaustos del siglo II, lo que dificultó la buena cimentación de los pilares. La acumulación de humedades y la filtración de aguas ocasionó graves inconvenientes a los maestros. Por otra parte, la mayoría de los sillares de la catedral son de piedra de mediocre calidad, de tipo calizo, con escasa resistencia ante los agentes atmosféricos. Además, la sutilidad de su estilo es un desafío a la materia; los numerosos soportes son sumamente frágiles, las líneas se reducen a una depuración total, de modo que varios arquitectos de la época pusieron en duda que tal proyecto pudiera mantenerse en pie.
Éstas han sido algunas de las razones más importantes por las que, ya desde finales del siglo XIV, comenzaron a verse fallos en su arquitectura. En aquella época se resintió al hastial sur, por haberse desequilibrado los pilares torales. Hubo que construir la “silla de la reina”, obra del maestro Jusquín. El año 1631 se derrumbaron parte de las bóvedas de la nave central. El cabildo recurrió a Juan Naveda, arquitecto de Felipe IV de España, quien cubrió el crucero con una gran cúpula, rompiendo los contrarrestos del sistema gótico, tan distintos de los del barroco. Tanto el hastial como las capillas del sur volvieron a estar en peligro. Aquél tuvo que ser reedificado en el año 1694. Quiso poner remedio a estos desastres Joaquín de Churriguera levantando cuatro grandes pináculos sobre los pilares del crucero, a principios del siglo XVIII, pero las consecuencias de esta intervención serían nefastas.
Por León fueron desfilando grandes arquitectos, como Giacomo de Pavía, mientras los males seguían agravándose. El terremoto de Lisboa del año 1755 conmovió a todo el edificio, afectando de manera especial a los maineles y a las vidrieras. El año 1830 aumentaron los desprendimientos de piedras en el hastial sur y, para salvarlo, Sánchez Pertejo reforzó los contrafuertes de toda la fachada.
El cabildo temió un desenlace fatal, cuando el año 1857 comenzaron nuevamente a caer piedras de las bóvedas. Intervino entonces la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, y el gobierno encargó las obras a Matías Laviña. Éste se dispuso a desmontar la media naranja y los cuatro pináculos que la flanqueaban, pero el peligro de un total hundimiento se hacía más inminente. A su muerte se responsabilizó de las obras Hernández Callejo, quien pretendía seguir desmontando el edificio, cuando fue cesado en el cargo. Con los proyectos de Laviña, continuó la restauración Juan Madrazo el año 1869. Éste era un gran medievalista, buen conocedor del gótico francés. Modificó notablemente la disposición de las bóvedas, volvió a rehacer desde la arcada el hastial del sur y planificó todo el templo tal y como lo encontramos hoy. A Juan Madrazo le sucedió en el cargo Demetrio de los Ríos el año 1880. Purista, como el anterior, continuó dando a la catedral el aspecto primitivo, según su pensamiento racionalista, y desmontó el hastial occidental, que había sido hecho por Juan López de Rojas y Juan de Badajoz el Mozo, en el siglo XVI. A su muerte fue nombrado arquitecto de la catedral Juan Bautista Lázaro, que concluyó los trabajos de restauración arquitectónica en la mayor parte del edificio, y el año 1895 emprendió la ardua tarea de recomponer las vidrieras. Estas llevaban varios años desmontadas y almacenadas, con grave deterioro. Fue ayudado por su colaborador, Juan Crisóstomo Torbado.
El 27 de mayo de 1966 un incendio arrasó toda la techumbre de las naves altas.
En las últimas décadas se está trabajando con gran intensidad en el refuerzo de las estructuras y suelos y el tratamiento de la piedra con las más novedosas técnicas, en un esfuerzo por conservar para la Humanidad esta maravilla arquitectónica.
El año 916 fue de suma trascendencia para la historia de la Catedral de León: el rey Ordoño II, que hacía pocos meses había ocupado el trono de esta ciudad, venció a los árabes en la batalla de San Esteban de Gormaz. “Agradecido a Dios por el beneficio que acababa de recibir”, comenta el Tudense, cedió su palacio real para que en sus aulas se erigiese el primer templo catedralicio. Todo ocurría bajo el episcopado de Fruminio II, quien, “con la ayuda del pueblo fiel”, transformó aquellos espacios en lugar sagrado. Anteriormente al rey Ordoño, habían estado dedicados a termas y otros edificios públicos que la Legio VII había construido a mediados del siglo II, cuando instaló su campamento en este lugar, entre los ríos Torío y Bernesga. Nada queda de estas primitivas edificaciones, salvo algunos restos de mosaicos, tégulas y cerámicas, hoy expuestas en el Museo. Otros, como los hipocáustos, permanecen aún bajo el solar catedralicio. Siguiendo la tradición cristiana de enterrar dentro de los templos a quienes encarnaban la autoridad “venida de Dios”, aquella sencilla catedral muy pronto se vió enriquecida con los restos del rey Ordoño, fallecido en Zamora el año 924. En el epitafio de su tumba, labrada en el siglo XIII, se perpetúa el piadoso agradecimiento del pueblo leonés, por “haber cedido su silla real para sede episcopal”. El templo estaba custodiado y regido por monjes de san Benito, y es muy probable que su estructura fuera muy similar a la de tantos y otros existentes durante la mozarabía leonesa. Nos hablan las crónicas del paso de Almanzor por estas tierras a finales del primer milenio, devastando la ciudad y destruyendo sus templos. No obstante, parece que los daños ocasionados a la fábrica de la Catedral debieron de ser fácilmente resarcidos, ya que el año 999 era coronado en ella, en un acontecimiento lleno de esplendor, el rey Alfonso V. Tras una sucesión de revueltas políticas y de duras empresas bélicas, hacia el 1067 el estado de la Catedral era de suma pobreza. Ello conmovería al rey Fernando I, quien, después de trasladar los restos de san Isidoro a León, “se volcó en favores a la misma”. Con este rey se inició una época pacífica y bienhechora, cosechando grandes triunfos en la expansión del reino cristiano. Era el momento del florecimiento del románico isidoriano. Con la ayuda de la princesa Urraca, hermana del Rey, se inicia la construcción de un nuevo edificio, acorde con las aspiraciones de la cristiandad románica, y dentro de su estilo arquitectónico. Ocupaba la sede episcopal Pelayo II. Cuando el arquitecto Demetrio de los Ríos, entre los años 1884 y 1888 excavó el subsuelo de la catedral para reponer el pavimento y cimentar los pilares, encontró parte de los muros y fábrica de aquella segunda catedral. A través del plano que él mismo levantó, podemos apreciar como se configuraba todo dentro de la gótica: era de ladrillo y mampostería, con tres naves rematadas en ábsides semicirculares, dedicado el central a santa María, como en la iglesia anterior. Aunque toda ella estuviese ejecutada dentro de las corrientes internacionales, contemplando lo que ha pervivido de su estatutaria, podemos averiguar que tenía su carácter autóctono, utilizándose aún el arco de herradura, al menos como forma decorativa. Se sabe que fue consagrada el 10 de noviembre de 1073. Es de suponer que en ella trabajasen los canteros que lo estaban haciendo en san Isidoro. Esta catedral se mantuvo en pie hasta finales del siglo siguiente. Cuando accede al trono el último rey de León, Alfonso IX, se asiste en la ciudad y en el reino a un importante cambio social, de creatividad artística y desarrollo cultural.
El Claustro
El claustro, distribuidor de los espacios anexos a la Catedral por su costado norte, se comenzó a construir a finales del siglo XIII, concluyéndose durante el primer tercio del XIV. En el XV se pintaron los frescos de sus muros, y, hacia el año 1540, bajo la dirección de Juan de Badajoz el Mozo, se rehizo la cubierta con sus complicadas bóvedas, los pilares exteriores de las galerías, y sus contrafuertes. Todo ello resulta un conjunto armónico y airoso, donde se articula magistralmente lo medieval con lo renacentista.
Es de planta cuadrada, cuyos lados, de treinta metros cada uno, se dividen en ocho tramos.
Aparte de su arquitectura, son muy destacables los elementos escultóricos y decorativos que lo exornan. Si la limpieza del gótico no permitía dentro del templo grandes exhuberancias artísticas, los artistas encontraron en el claustro un lugar idóneo para ellas. Abundan toda clase de temas, bíblicos y profanos. Representa un conjunto funerario poco común entre los claustros españoles, aunque la mayoría de sus nichos y sarcófagos marcan una fase decadente dentro del siglo XIV.
Se accede a él a través de la portada norte, en cuyo parteluz se alza la Virgen del Dado. En las jambas que dan al exterior se escenifica, casi en miniatura, la vida del santo Job, y, frente a ella, la infancia de Cristo y momentos de su pasión.
Nos fijaremos en algunos de sus capiteles e impostas, comenzando la visita por el muro sur, a la izquierda de la entrada.
En el capitel del segundo pilar se representa un festín, sin referencia doctrinal concreta. A continuación, la crucifixión de san Pedro, presenciada por un rey que se mesa la barba, mientras un diablejo le sopla a la oreja la maldad de su consentimiento en el acto. Sigue una curiosa interpretación de la curación del endemoniado. del que huye una legión de energúmenos. En la imposta aparece la Virgen, acompañada por dos profetas.
El próximo pilar se corona con el llamado “capitel de la panificación” de gran simbolismo eucarístico. Al lado del horno hay dos mujeres enzarzadas en una greña, mientras otra intenta separarlas. Varios personajes amasan el pan dentro de una sala adornada con ricas cortinas. Más a la derecha tiene lugar la comida fraterna, con las viandas que los siervos sacan del fogón con ollas medievales. Sobre ello se, efigia a san Cristóbal, acompañado por santa Catalina y otra mujer.
En el capitel de la esquina aparece san Miguel pesando las almas. A su derecha, los ángeles llevan a los bienaventurados al cielo, sobre delicados paños. A la izquierda están las calderas del Averno. En la imposta se muestra al Padre Eterno con su Hijo crucificado en las piernas.
En el lado occidental, sobre el capitel segundo, se escenifica el momento de la Anunciación. La Virgen, con gran belleza, está embarazada. Entre Ella y san Gabriel está el jarrón con las azucenas de la pureza mariana.
En el cuarto pilar se desarrolla el martirio de san Juan Bautista: Herodías dialoga con un soldado; en el centro, Herodes, sentado y pensativo, con una pierna sobre la otra y mesándose la barba, escucha la mala inspiración que el diablo le comunica al oído. A continuación el soldado empuña la espada, después de haber decapitado al Precursor, cuyo cuerpo aún permanece arrodillado. Al extremo del capitel hay otra rara escena que puede hacer referencia al profeta Jonás saliendo del animal monstruoso que lo había tragado.
El capitel siguiente se cubre con escenas trovadorescas, gladiadores, y una dama dialogando con un anciano, sentado en postura graciosa. Otra dama se encuentra entre dos pequeños arbustos.
Más adelante se narra la leyenda gallega del monje y el ruiseñor que cantaba sobre un árbol, junto a la fuente. El monje, después de salir del monasterio para escucharle, se quedó extasiado con sus trinos. Cuando regresó, habían transcurrido más de doscientos años, tiempo que se le había hecho fugaz durante el canto del pajarillo. Esta leyenda, recogida por Valle-Inclán, hace alusión a la relatividad de la vida.
En el segundo capitel del lado norte se recogen aspectos relacionados con la construcción de la Catedral: un cantero labra la piedra, otros la transportan, el arquitecto contempla las maquetas, se acercan visitantes, etc.
Pasada la puerta del Museo, aparece nuevamente una cocina medieval, donde los cocineros saborean los caldos y se celebra un suculento festín, amenizado por elegantes danzarines.
Dos impostas más adelante, se nos presenta a un joven con un gran pez sobre los hombros, quien pudiera recordamos a Tobías.
A continuación, ocupando toda la superficie del capitel, varios caballeros cabalgan al galope con escudos y lanzas; sobre ellos, dos negros conducen un camello acompañando a su señor. La escena está realizada con gran realismo.
En el lienzo de este, destacamos el segundo capitel de minuciosa factura. En él se narran escenas del Paraíso, la degollación de los Inocentes y la huida a Egipto. La imposta recoge un tema difícil de interpretar: una gentil dama está sentada sobre un cuadrúpedo con rostro de filósofo; se quiere ver en ello la exaltación de la feminidad, vilipendiada por Aristóteles. Este filósofo increpó a Alejandro Magno por haberse dejado seducir por una de sus concubinas. La venganza ocurre a las puertas del palacio real.
Otro tema también moralizante o picaresco es el que se pretende ver en el capitel del sexto pilar: un mancebo con aires de modernidad tira de las orejas a un clérigo y a un filósofo. Sobre ellos, una escena de caza.
En la escena siguiente, un joven desnudo montado sobre un caballo. Más adelante, una reina recibe tributos y pleitesía de tres árabes; acompañan dos guardaespaldas armados. Esta escena es similar a otra existente en la Catedral de Oviedo.
De gran interés etnológico es el tercer capitel en la pared sur. Con dramatismo y plasticidad se esculpe la caza del ciervo y del jabalí: acoso y ferocidad de los perros, movimientos bruscos, tensión, detalles naturalistas, como el colmillo del jabalí, las astas de los ciervos, el gesto de los cazadores, etc. Y por la otra cara, paz y tranquilidad bucólicas: los vendimiadores recogen los frutos de los árboles y los trasladan en grandes cestos para ser almacenados. Junto a ellos, en la parte inferior, se acurruca un mono en miniatura. Encima, san Lorenzo entre dos ángeles.
Además de estos temas, hay varios sepulcros de indudable interés, tanto histórico como artístico. En el tercer tramo del lienzo sur está el de Munio Ponzardi, muerto a mediados del siglo XIII. Bajo un sencillo arco proveniente de la construcción románica, se cobija una Virgen con el Niño, llamada del “Foro y Oferta”, a quienes un clérigo presenta un pequeño edículo, que nos recuerda las edificaciones del románico zamorano y salmantino. Ante este grupo se presenta la ofrenda anual que el Ayuntamiento leonés hace a la Virgen de Regla en agradecimiento por haber sido liberado del tributo de las cien doncellas que los reyes cristianos tenían que entregar cada año al rey moro. No obstante esta interpretación, de hondas raíces populares, la escena se refiere al compromiso que los clérigos de san Isidoro debían de satisfacer cada año, presentando a la titular de la Catedral unos kilos de manteca y miel, en reconocimiento de su sometimiento a la iglesia madre.
Iconográficamente tiene mayor importancia el sepulcro de Domingo Juan, fallecido en 1272. Se encuentra en el muro occidental, próximo a la puerta de la Gomia. En él aparece Cristo Majestad acompañado por la Virgen y el apóstol Santiago, en sustitución de san Juan.
Junto a él está el del Deán Martín Fernández, descubierto por Juan Torbado el año 1911. Presenta un arco ojival dividido por sencillo mainel que forma huecos gemelos. En el registro inferior figura la adoración de los magos, con gran estilización formal. María sujeta al Niño sobre sus rodillas mientras le mira, creándose un atrevido movimiento en ambas figuras. Se trata de una obra maestra, ejecutada por el mismo artista que trabajó en el Juicio final de la portada.
Especial significación tiene el sepulcro de Juan Martínez de Grajal, canónigo e ilustre jurista. Se encuentra en el tercer intercolumnio del mismo muro occidental. Por su contenido moral transcribimos el texto de su lápida:
“Oh, tú, quienquiera que seas, que pasas y contemplas la mezquina superficie de este mármol, mira la vanagloria del mundo. Fui canónigo de León y estudié las leyes civiles para proteger a los necesitados; un hombre cubierto de títulos y unas sienes coronadas de laurel proclaman mi amor a la justicia. Pero ¿para qué sirven tales honores y la multitud desolada de amigos y deudos?. Nadie puede ayudarte en este trance. Mi patria fue Grajal y Juan tuve como nombre. El espíritu asciende a lo alto, mas los huesos quedan bajo la piedra”.
En general, hay pocas variantes en los temas funerarios. Registros y lucillos son muy similares, aunque reflejan diversos maestros y épocas.
Las pinturas murales fueron realizadas en el siglo XV por Nicolás Francés, con la intervención de otros pintores, como Carrancejas, Lorenzo de Ávila. En ellas se narra la historia de la Redención, desde la familia de la Virgen hasta la venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés. El gran deterioro que sufren se debe al hecho de permanecer a la intemperie. Fueron muy restauradas a principios de siglo por Juan Torbado.
Acaso lo más llamativo del claustro sea la obra de Juan de Badajoz el Mozo. Comenzó a trabajar el año 1540, y con él colaboraron escultores como Doncel, Bautista, Vázquez, Angers, etc. Las bóvedas de crucería están cuajadas de terceletes, cuyos elementos sé cubren de grotescos, carteles filacteria, pinjantes en esviaje, y hermosos medallones. Todo ello de gran trascendencia para el futuro del arte leonés.
En el lado norte, cuelgan los bustos de Jeremías, Isaías, Ezequiel y Daniel. Con ellos, los grandes Padres de la Iglesia: Gregorio, Agustín, Ambrosio y Jerónimo. En medio, el relieve de la Virgen, con claras connotaciones de Becerra.
Sobre la galería oriental figuran los medallones de Jonás, Ciro, San José, Habacuch, Sansón, Judas Macabeo, Dalila y otro personaje femenino.
Y, por fin, en el lado sur, David, Salomón, Natael, Joaquín, San José y Gamaliel. Responden a una forma sinóptica de representar la genealogía de la Virgen, que ocupa el punto central.
Aunque tenga un aire barroquizante, como todo lo de Badajoz, estamos ante una de las creaciones más importantes del renacimiento leonés.
Tiene gran originalidad el retablo de piedra que ocupa el ángulo NE. Fue hecho, también, por Juan de Badajoz el Mozo. Se compone de dos cuerpos y tres calles, más una independiente. Destaca el templete eucarístico reproducido en su lado izquierdo, inspirado en la orfebrería de los Arte. Todos sus campos se decoran con medallones, carteras, bucráneos, columnas abalaustradas, etc. Estuvo dedicado a Nuestra Señora de los Milagros.
La misma decoración se observa en las puertas de madera que dan acceso al claustro, esculpidas el año 1538, según figura en el pedestal del jarrón de la Anunciación. Esta escena, que ocupa el arco de la hoja izquierda, se representa de modo atípico, en discordancia con el dogma. Entre los rayos que descienden del Padre Eterno hacia el oído de María, como símbolo de la Palabra en que cree, obsérvese cómo baja ya Cristo Encarnado, portando la cruz. Además, en el dosel que cobija a la Virgen, aparece la Sagrada Forma con el anagrama de Cristo.
En el siguiente arco aparece la Visitación de la Virgen a santa Isabel. El resto de los tableros muestran a Santiago Matamoros, san Sebastián, san Miguel pisando el dragón y san Roque, con sombrero y perro. En todos estos relieves se ve la mano de artistas de primera línea, próximos a Juan de Juni.
Los chapiteles que se alzan en el claustro remataban el hastial oeste, del siglo XVI, y fueron desmontados, por razones estéticas, en la reforma del siglo XIX
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